El revuelo que se ha montado con los títulos universitario, me parto el necle. La derecha, y una parte de la izquierda progre, se han enfrascado en una carrera frenética para denunciar currículos falsos. Pero seamos claros: la derecha no solo gana por goleada en cuanto a titulaciones falsas, sino que también se lleva el premio gordo en la creación de universidades privadas de medio pelo. En estos centros se expiden más títulos raros que apuntes en una fotocopiadora.
Nos han vendido la idea de que quien tiene estudios está mejor preparado, es más inteligente y, por supuesto, más honrado. Sin embargo, la realidad demuestra lo contrario. Aquellos con recursos, como los pijos de las Nuevas Generaciones del PP, son quienes más han recurrido a este atajo. Un padre no podía permitirse tener un hijo tonto, ni el partido podía presentar a un candidato sin cualificar, por muy tonto que este también fuera.
Mientras todo esto pasaba, el hijo del obrero asistía a una universidad decente, o si no, se ponía a currar en lo que fuera. Es una paradoja: ¿cómo es posible que el hijo de una limpiadora se sacara una carrera universitaria mientras los "cayetanos" no eran capaces? La solución fue sencilla: crear universidades carísimas, diseñadas ad hoc para que este ejército de incompetentes pudiera comprar su título universitario.
En el imaginario social de hoy, nos han metido en la cabeza que para ser político es indispensable tener estudios, y que quien no los tiene, ni siquiera debería tener el derecho a presentarse como candidato. No estoy juzgando a los que estudian, me parece muy bien que se estudie, pero otro gallo hubiera si el Congreso de los Diputados estuviera lleno de gente de la calle como: Ramón, el albañil; Carmen, limpiadora (pongo nombre de mujer porque en este sector está lleno de mujeres); Ana, administrativa; Paco, ferretero; o Virginia, jardinera.
No hay comentarios:
Publicar un comentario