lunes, 16 de junio de 2025

85 - MIS HORROROSOS PANTALONES DE PETO

 


Los Pantalones de Peto: Una Pesadilla de la Infancia

Ahora, con los años, miro mi infancia y, aunque fue dulce en general, hay pasajes que preferiría olvidar. Hoy los revivo aquí, casi como terapia, para exorcizar una época que aún no he superado: aquella en la que a mi santa madre le dio por ponerme unos pantalones de peto sencillamente horrorosos.

Estoy convencido de que no los compró; seguramente alguien se deshizo de ellos, víctimas de algún extraño maleficio, y acabaron en nuestra casa. Mi madre (que en paz descanse, porque era una santa) parecía haber inventado, o al menos ser una ferviente defensora de la "economía circular"; lo aprovechaba absolutamente todo, y lo que más, esos malditos pantalones de peto.

Quizás se pregunten por qué a una persona tan paciente como yo unos simples pantalones de peto le resultaron tan traumáticos. Permíteme  que os lo explique:


La Tortura Textil: Cuadros, Cortos y Sin Movilidad

Eran unos pantalones verdaderamente malditos, como ya he dicho. Feos a rabiar, con cuadros de colores chillones, ligeramente acampanados y, para colmo, me quedaban cortos. Y eso que yo siempre fui de piernecilla fina y algo patizambo (una condición que, por mis pies planos, aún conservo). A mi hermano, por supuesto, no le valían, pero ni aunque le hubieran servido se los habría puesto; era mucho más rebelde que yo, que era un verdadero santo varón. Pero lo peor de todo venía ahora: a pesar de ya quedarme cortos y de tener los tirantes extendidos al máximo, una vez puestos, me tiraban de mi joven zona testicular aún en el horno. Esto significaba que mi movilidad era severamente reducida. Cada vez que alzaba los hombros o los brazos, sentía un tirón en mi delicada zona prepúber, emitiendo involuntarios "¡ay!" varias veces al día porque esto se me olvidada. Estas limitaciones impuestas por mi peto eran constantes y molestas.


Meses Robados y Futuros Comprometidos

Así iba yo por la vida como un robot, tan inexpresivo como ellos, con los brazos pegados al cuerpo, casi en posición de firmes. No podía agacharme ni interactuar con mis semejantes con normalidad. Sí, esos petos me robaron meses de mi infancia. De hecho, cuando crecí unos pocos centímetros más, el encorsetamiento testicular era tal que si me los hubieran seguido poniendo, hoy, probablemente, no habría tenido hijos.

La vida a veces es dura.

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