domingo, 22 de junio de 2025

87 - EL MUNDO DEL MASAJE EN GENERAL Y SUS MANÍAS




Cuando digo "mundo del masaje", me refiero a la osteopatía, fisioterapia y el masaje deportivo.

Cuando uno va a alguno de estos sitios es porque está "jodido", o porque, como nadie le toca ni con un palo, acudes a este tipo de centro. Y uno va entregado a ponerse en gayumbos o lo que le pidan, sumergiendo tu cuerpo y tu alma en el arte del masaje, así a grandes rasgos. En realidad, es una especie de magreo consentido por todo tu cuerpecillo porque el mismo lo necesita después del maltrato al que lo sometes. Como sabes, estas tres disciplinas son distintas: la osteopatía es como una técnica de retorcer tu cuerpo como si fueran trapos de cocina para quitar el agua después de limpiar la misma. La fisioterapia es poner en tu cuerpo tantos chismes que pareces una mesa de mezclas en un concierto de música electrónica, y los masajes (de los que hay varios tipos en los que no voy a entrar) aúna una mezcla de las dos anteriores, pero sin tantos estudios. Pero lo que sí coinciden las tres, y este es el asunto del que realmente quiero tratar, es que después de ponerte papel de cocina en la ropa interior para no mancharla, y bajarte un poco la misma para amasar tus lorzas durante un buen rato, a la hora de subirte dicha ropa, te la suben tanto, tanto que parece que llevas puesto el bañador de la película Borat. Y mi pregunta es: ¿no hay una medida estándar de ni muy alto ni muy bajo para realizar la maniobra correctamente? ¿No se estudia este tema tan crucial para el paciente en las escuelas de este tipo de disciplinas?. Es que resulta molesto, por lo me nos a mí. 

Algún día, en una subida de calzoncillo, al igual que Iñaki Perurena subía piedras de 130 kilos, se me estrangulan los dos testículos y los pierdo.  

 

miércoles, 18 de junio de 2025

86 - DONANTE UNIVERSAL DE FEROMONAS


  
Hay donantes de casi todo tipo, pero de feromonas no tengo constancia de que exista. Creo sinceramente que la donación de este elemento es esencial para la humanidad, ya que hay por ahí especímenes que no se comen un colín, y no es porque sean feos o tengan cuerpo de escombro, es que no hay manera de entoligar a personas con mal carácter o que, en el reparto de la simpatía (o cuando esta se hicieron, que no sé si esto existe), estos seres humanos estaban en el bar bebiendo cerveza.

Pero existen; mirad las mariquitas de la fotografía, y si este insecto las tiene, ¿por qué razón no las va a tener, por ejemplo, el tonto del pueblo (en todos los pueblos hay un tonto y normalmente coincide con el alcalde o, en su defecto, algún concejal)?

Tengo un compañero del laburo, como dicen los argentinos, al que le sobran. Es una máquina de generar feromonas y perfectamente podría donar. Es tal su efecto que cuando entra en un coche que no es el suyo, se queda impregnado siete días como poco, generando situaciones difíciles para un ser humano normal como yo. Muchas veces, cuando pasamos por un grupo de hombres y mujeres, le digo que mueva los brazos como si estuviera volando para esparcir su olor en el enjambre humano que allí está, pensando que para eso soy humano, que este elixir se encuentra en la sobaquera (no confundir con olor a cuadra de sudor). No falla: alguno o alguna se fija en él. Es un peligro humano.

Ya saben, doctorcitos y doctorcitas, hagan los papeles que tengan que hacer para que en el sistema público de salud se puedan donar feromonas, ya que eliminaríamos muchas tensiones sociales innecesarias.

lunes, 16 de junio de 2025

85 - MIS HORROROSOS PANTALONES DE PETO

 


Los Pantalones de Peto: Una Pesadilla de la Infancia

Ahora, con los años, miro mi infancia y, aunque fue dulce en general, hay pasajes que preferiría olvidar. Hoy los revivo aquí, casi como terapia, para exorcizar una época que aún no he superado: aquella en la que a mi santa madre le dio por ponerme unos pantalones de peto sencillamente horrorosos.

Estoy convencido de que no los compró; seguramente alguien se deshizo de ellos, víctimas de algún extraño maleficio, y acabaron en nuestra casa. Mi madre (que en paz descanse, porque era una santa) parecía haber inventado, o al menos ser una ferviente defensora de la "economía circular"; lo aprovechaba absolutamente todo, y lo que más, esos malditos pantalones de peto.

Quizás se pregunten por qué a una persona tan paciente como yo unos simples pantalones de peto le resultaron tan traumáticos. Permíteme  que os lo explique:


La Tortura Textil: Cuadros, Cortos y Sin Movilidad

Eran unos pantalones verdaderamente malditos, como ya he dicho. Feos a rabiar, con cuadros de colores chillones, ligeramente acampanados y, para colmo, me quedaban cortos. Y eso que yo siempre fui de piernecilla fina y algo patizambo (una condición que, por mis pies planos, aún conservo). A mi hermano, por supuesto, no le valían, pero ni aunque le hubieran servido se los habría puesto; era mucho más rebelde que yo, que era un verdadero santo varón. Pero lo peor de todo venía ahora: a pesar de ya quedarme cortos y de tener los tirantes extendidos al máximo, una vez puestos, me tiraban de mi joven zona testicular aún en el horno. Esto significaba que mi movilidad era severamente reducida. Cada vez que alzaba los hombros o los brazos, sentía un tirón en mi delicada zona prepúber, emitiendo involuntarios "¡ay!" varias veces al día porque esto se me olvidada. Estas limitaciones impuestas por mi peto eran constantes y molestas.


Meses Robados y Futuros Comprometidos

Así iba yo por la vida como un robot, tan inexpresivo como ellos, con los brazos pegados al cuerpo, casi en posición de firmes. No podía agacharme ni interactuar con mis semejantes con normalidad. Sí, esos petos me robaron meses de mi infancia. De hecho, cuando crecí unos pocos centímetros más, el encorsetamiento testicular era tal que si me los hubieran seguido poniendo, hoy, probablemente, no habría tenido hijos.

La vida a veces es dura.