La reciente partida del Santo Padre con su muerte y el Vaticano en sede vacante, aguardando al nuevo sucesor de Pedro, me ha llevado a una reflexión sobre el internacionalismo proletario y el cristianismo, considerando su alcance global.
Entendemos el internacionalismo proletario como la convergencia de los problemas y las soluciones marxistas-leninistas para la clase obrera mundial. Personalmente, siento la misma conexión con las dificultades de un compañero de mi empresa que con las de un trabajador en Vladivostok; ambos escenarios demandan una transformación revolucionaria similar. De ahí nuestra firme convicción a una revolución mundial que nos emancipe a escala global, pues no concebimos otra vía.
Es curioso observar cómo el cristianismo, particularmente la Iglesia Católica, ya ha logrado una forma de internacionalismo. Los cristianos de todo el planeta comparten una sensibilidad ante el sufrimiento de cualquier hermano de fe, sin importar su ubicación (omitiendo, por ahora, las dolorosas contradicciones como la indiferencia ante la pobreza de su misma ciudad). Asimismo, su aspiración a la gloria Dios resuena con nuestra búsqueda del paraíso socialista. Y al igual que nosotros, se guían por una doctrina que moldea sus acciones para alcanzar sus metas trascendentales.
Anticipo las objeciones de los puristas de ambos espectros ideológicos, quienes señalarán las divergencias irreconciliables. Acepto la singularidad de cada perspectiva, pero insisto en el carácter reflexivo de este momento, un pensamiento que deseaba compartir con vosotros.
Finalmente, una posdata que me inquieta: ¿y si la promesa del paraíso cristiano no estuviera reservada para la muerte, sino que exigiera una lucha terrenal y colectiva para alcanzar un mundo mejor para todos?
Quizás, con una mirada analítica, descubramos que todos los caminos, aunque aparentemente dispares, convergen hacia ideales de justicia y trascendencia, ya sea bajo la guía de Dios o de Marx.
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