Soldados que van a la guerra a una muerte casi segura. Sin rechistar asumen su futuro en defensa de su tierra y de sus familias antes que las botas y el odio nazi terminen con todo ello.
Según caminan se aprecian los fogonazos del fragor de combate mientras uno de ello, rompiendo la armonía del grupo y la disciplina, mira hacia atrás paradójicamente porque mirar hacia adelante supone un futuro lleno de incertidumbre difícil de asumir, lleno de muerte y destrucción al que no quiere enfrentarse. Ese soldado se encuentra contra la pared; si deja pasar al enemigo el futuro es terrible y si lo combate también.
En el casco de todos ellos se refleja algo de luz, luz blanca, que nada tiene que ver con la luz roja de ese fuego infernal al que caminan en silencio, cada uno pensando en sus cosas, cada uno pensando en si va a volver.
Es la cara y la cruz de todas las guerras.
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